lunes, 15 de junio de 2009

Observaba su respiración. Frente a él su cabeza reposaba plácidamente sobre la almohada y su pelo era una fina alfombra que se esparcía caprichosamente abandonándose al sueño.
A pocos centímetros tenía su brazo que cubría parte de la cara. Tras él los ojos dulcemente cerrados, anclados en un país lejano y surmergiéndose en la fantasía que ella representaba.
"¿Qué soñaría?" Él soñaba con ella, sobre todo mientras no dormía, siempre soñaba despierto. Había imaginado aquel momento demasiadas veces y temía que se le escapara en la oscuridad de aquella noche. No apartaba la mirada y dibujaba en su mente cada detalle, reteniéndolo para evocarlo al día siguiente, cuando ella ya no estuviera a su lado.
Respiraba ligeramente y el aire que exhalaba ondeba un mechón que cubría su cara. Sus labios eran perfectos, todo lo perfectos que él había deseado y su piel olía a ella, simplemente a ella. El olor más preciado.
"¡Quédate a mi lado!", le decía al oido sin pronunciar ni una sola palabra. La necesitaba pero no podía decírselo. La deseaba cuando sólo podía ser una imagen perfecta de una noche aislada. Sin embargo lo habría abandonado todo por repetir aquella escena noche tras noche, por rozar su cuerpo con una mano, por apartar su pelo con apenas una caricia. Todo. Un día, una vida. Todo. Una locura, sólo por sentirse eternamente como se sentía ahora. Una locura que hubiera perseguido siempre.
"¿Qué pasará mañana?". Dejar de soñar es duro cuando la vida está llena de realidades que se alejan de las fantasías. Apretaba los puños creyendo que así alejaría el tiempo y retardaría el paso de las horas. Mañana no debía llegar y aquella noche debía ser mucho más larga. Y estaba pasando, notaba que pasaba de largo. ¿Dónde, cuándo y cómo? ¿Podría volver a tocarla mientras dormía? Volverían los días en los que imaginaría qué sería estar a su lado, sólo eso.
"¡Quédate a mi lado!"
Le horrorizaba pensar que todo acababa en aquel mismo lugar, que su momento y su oportunidad cesaban y que soñar no le era suficiente. Una palabra, un sólo gesto y todo aquello quedaría reducido a nada. Lo sabía desde el primer día pero se aferró a la absurda esperanza de que quizá todo podría acabar de otra manera, de otro modo. En el fondo de sí mismo sabía que nada de esto era posible.
Mañana no estaría y la echaría terriblemente de menos. Era la única certeza que tenía. Y guardaría bajo llave sus sentimientos, siempre muy dentro, y todas las lágrimas que su pecho derramaría sobre aquellos sueños.

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