lunes, 22 de junio de 2009

CUENTOS PARA PRÍNCIPES Y PRINCESAS (1ª parte)

La noche extendía sus alas oscuras dejando ver estrellas que brillaban como lentejuelas sobre una delicada tela de seda. Acompañando la oscuridad nocturna, el silencio, cómplice, oculto y a veces siniestro. Pero no le tenía miedo, ni a la ceguera de la hora ni al denso espacio vacío que la rodeaba.
Si hubiera llevado la cuenta habría alcanzado el número de diez, diez vueltas a la derecha, otras diez hacia la izquierda; a pesar de la hora el sueño no acudía a la llamada y eso la desesperaba. Mañana tendría que levantarse muy temprano y una taza de café no sería suficiente para borrar sus grisáceas ojeras. Otra vuelta más; más desesperación.
Se levantó y fue a la habitación desastre que adornaba cada rincón con una enorme caja de cartón marrón y una flecha roja señalando la dirección en que debía permanecer de pie. Muchas de ellas ya estaban abiertas y contenían ropa, zapatos y algún que otro cachivache de la cocina; la mudanza se hacía eterna y es que no encontraba tiempo para dejarlo todo listo y hacerse a la idea de que aquélla era su nueva casa.
Buscaba una de las más pesadas, aquella que tuviera en un lateral escrito “LIBROS”. Era muy triste que en dos meses no hubiera sentido la necesidad de buscarla.
- “libros, libros, libros... ¿dónde la he metido?”
abrió aquí y allá y detrás de un viejo biombo que debía restaurar después de completar su mudanza asomaba una caja enorme y aún cerrada.
- “ésa es”
Cogió el cúter que guardaba en el cajón de su mesa de ordenador y rasgó el fixo con una precisión de cirujano.
Allí estaban, pilas y pilas de libros desordenados, mezclados los modernos y los clásicos, los poemas y el teatro. Debido a la falta de sueño, pensó sacarlos todos y quitarles el polvo. Y así lo hizo, repasando nombres que hacía mucho que no leía en voz baja: Bécquer, Mary Shelly, Jorge Bucay, Conrad, Jose Luis Sampedro...
- “¿y éste?”
Entre aquellos libros bien encuadernados se escondía un pequeño libreto estropeado, gris, dejando ver los hilos que cosían las hojas, hojas amarillentas y colocadas una y otra vez siguiendo la numeración.
- “Cuentos para príncipes y princesas”
Sus ojos se iluminaron. Llevaba años sin acordarse de que en algún rincón de su casa permanecía aquel regalo de su comunión. Se lo entregó su profesora Ana, aquella mujer cuarentona que tantos mimos le daba, sin duda la consideraba su preferida. La seño Ana...
Abrió la primera hoja y aún legible sumergía la dedicatoria:
“Para Aurora, aquella que cabalgó en el alba atravesando la noche trayendo en sus manos luz a esta mañana”
La señorita Ana...
La invadió una nostalgia cálida y asomaron tímidamente los rostros de sus compañeros, el color azul de su babi, las ceras extendidas sobre la mesa, los belenes hechos de plastilinas, los vasitos de colores con sus nombres... y su añoranza se hizo mucho más cálida.
-“Me llevaré éste”
Sin molestarse en volver a meter en su nido aquellos libros, apagó la luz del cuarto y se metió de nuevo en la cama. Se detuvo un segundo apretando contra su pecho el libro como si se preparara para iniciar una increíble aventura.

(continuará...)

Gracias, Antonio, por llevarme hasta esta canción

1 comentario:

Evanggelos dijo...

Yo también soy de escapar a ese rincón privado, ese recoveco que sólo yo conozco y dónde todo parece tener sentido. Es el único sitio donde me siento a salvo: ahí no puede llegar nada ni nadie. Me lamo las heridas hasta que cicatrizan y tras el letargo salgo para que el sol y el aire me ayuden con la muda de piel. Todo pasa niña, eso ni lo dudes. Un beso enorme y un estrujón fuerte, fuerte.