martes, 8 de septiembre de 2009
SOLEDAD
Después de mucho tiempo me doy cuenta de que la soledad no es algo externo a nosotros, no depende ni de las circunstancias ni de las personas que nos rodean. Es un estado emocional y mental. La verdad es que desde hace mucho he ido descubriendo cómo todo es un estado emocional. Y estoy convencida de que nada es casual, sino que todo tiene un motivo, algo que escondemos en el fondo de nosotros y que apenas nos lo contamos a nosotros mismos, como si enmudeciendo consiguiéramos que no exista, pero existe y siempre duele en algún punto muy dentro.
Las oportunidades pasan de largo. Algunas las agarramos fuerte y otras se van para no volver, como el viento. Volverá otro viento y seguirá siendo viento pero nunca será el mismo. Así ocurre con todo aquello que se nos va, quizá vuelva algún día, pero un espejismo de lo que fue, nunca volverá lo mismo, con su mismo aspecto y bajo la misma piel.
Supongo que la mayor frustración es sentirse solo, sentir que tu forma de ver el mundo, de concebir la vida es sólo tuya y que apenas hay lazos que te unen a los demás si no son aquéllos que se basan en las simples palabras amables y diplomáticas, en un alegre "buenos días" o en risas entre copas.
Y es entonces, cuando piensas que estás solo en mitad de un mundo abarrotado de gente y de experiencias, cuando llega esa sensación de abandono y de frustración que intentamos suplir con pequeñeces y con sueños de lo que pudiera llegar a ser. Buscamos ilusiones efímeras que se escapan entre los dedos como el agua y al final nunca nos llegamos a sentir satisfechos. Por ese motivo hacemos y deshacemos, por el mismo motivo por el que a veces nos acercamos a gente con la que no compartimos nada, sólo para hablar y llegar incluso a ese punto de seducción que nos hace sentir que existimos, que alguien más nos ve. Pero el mundo sigue resonando de fondo y siempre habrá más vida por descubrir.
Cuando tenemos la necesidad de seguir buscando y la certeza de que la vida va mucho más allá de nuestras fronteras es cuando nos sentimos solos.
Quizá la solución estaría en convencerse uno mismo de que siempre hay algo nuevo que puede llegar a ocurrir y que, mientras tanto, la vida transcurre, tal vez no como planeamos, pero sigue su paso. Tal vez lo mejor sería observar las circunstacias y hacerse un hueco entre ellas, integrarse en ese murmullo incensante que constituye la vida, en aceptar que lo que vemos es como es y que quizá así sea perfecto, sólo tenemos que descubrir qué papel tenemos en todo esto y disfrutar de ello, de las grandes hazañas y aventuras y de los pequeños detalles del día a día; saber que las personas siguen ahí fuera y que, tengamos la relación que sea, hay que disfrutar de cada minuto compartido, ya sea delante de un café helado o entre las sábanas; aprovechar lo que existe, lo que se nos presenta, lo que vemos y tocamos... disfrutar de la vida, que al fin y al cabo no es otra que nuestra vida; si no nos sentimos vivos la vida deja de existir, aunque los demás sigan.
Si uno se acepta a sí mismo y todo aquello que lo rodea considerará que el mundo no es un lugar vacío y hueco, sino una paleta llena de colores oscuros y claros.
No te dejes llevar nunca por las ilusiones infundadas ni por los espejimos de lo que buscamos y esperamos. Aprovecha cada instante por lo que es, no por lo que quieras que sea.
jueves, 27 de agosto de 2009
Obstinación
Esta mañana mi buen amigo Antonio me dejó este texto con todo su cariño.
Muchos besos y gracias, como siempre.
"Muchas personas viven un amor fracasado con tal persistencia, que una vida entera no les basta para superarlo. Enviudan sin que se les haya muerto nadie, y, con las heridas abiertas, recuerdan día a día los detalles de su pasión truncada, como si los sucesos hubiesen ocurrido ayer. Clavados en un duelo no resuelto, mantienen un luto eterno que les impide respirar aire fresco y despejar la nostalgia. Convertidos en estatuas de sal, miran sólo hacia atrás, mientras dejan pasar nuevas oportunidades de formar pareja. Aferrados a una relación amorosa que hace rato ya murió, son incapaces de dar vuelta la hoja para vivir el presente y el futuro. A pesar de sí mismos, se quedan pegados emocionalmente en el pasado.
Cuando se está enfermo de otro, obsesionado y desesperado perpetuamente por una relación imposible, es fácil que los sentimientos puedan confundirse. Así, podemos creer que es amor lo que quizás sea más bien tristeza infinita o rabia por el abandono, o culpa por sobrevivirlo, o miedo al vacío, o una manera de vengarse por la traición y el agravio recibidos. Quizás simplemente sea nuestro ego obstinado, que se niega a admitir una derrota. Voluntariosos, nos cuesta tolerar que las cosas no salgan de acuerdo a lo planeado, o quedamos atragantados con tantas palabras y sentimientos que nunca lograron ser expresados. Orgullosos, nos es difícil soportar que el otro viva feliz sin nosotros, menos aún aceptar que tal vez desaparecimos de su vida sin dejar rastro. También puede ser un exceso de lealtad a una historia vivida con intensidad o simple rebeldía frente a una pérdida lamentable, o una forma particular de hacerle un homenaje a quien se quedó con nuestras ilusiones. O quizás sean profundas añoranzas de los buenos momentos, o expectativas falsas a las cuales seguimos apegados, o un insondable hastío por todos los sueños que se nos han desmoronado, o un temor incontrolable a la incertidumbre. Tal vez sean heridas de la infancia o los gritos acallados del pasado que sólo encuentran salida a través de una memoria obcecada.
Los duelos toman tiempo, y es bueno que usted se tome el suyo. Pero si se ha convertido en viudo del amor, necesita con urgencia entender que es su devoción la que ha mantenido vivo este amor ausente. El secreto para salir del laberinto de la añoranza consiste en saber darse por vencido. Si deja de insistir y se retira, inevitablemente se extinguirá la pasión que desde hace mucho sólo habita en su fantasía. Acepte de una vez que perdió esta batalla. Aúne voluntad para dejar ir la tristeza que le ha acompañado con tanta fidelidad durante su larga travesía por la soledad. Renuncie indeclinablemente a la nostalgia y regrese del sueño en que ha estado sumergido. Congelado, usted no ha permitido que otros fuegos entibien su alma. Ensimismado, ha girado una y otra vez alrededor de sus propias tristezas. Paralizado, no ha dejado que lo ayuden, paseándose por el mundo con el rostro incólume y la excusa perfecta para no comprometerse. Ha dedicado demasiadas energías a esconder su corazón destruido, transformándolo en un escudo impenetrable. No desperdicie más su enorme capacidad de amar y ábrales las puertas a nuevas presencias. Tenga cuidado, porque el dolor distrae y fácilmente se vuelve en costumbre. Para todo hay un límite en la vida, también para el llanto y la espera. Seque las lágrimas que aún quedan en sus ojos; encontrará la calma. Deje ya de vivir agonizando, sepulte las ilusiones sin destino y cubra su obstinación con tierra fresca. Despídase de ese amor agotado y marchito, vuelva a mirar hacia adelante. Entierre por fin a sus muertos y déjelos descansar en paz. "
Muchos besos y gracias, como siempre.
"Muchas personas viven un amor fracasado con tal persistencia, que una vida entera no les basta para superarlo. Enviudan sin que se les haya muerto nadie, y, con las heridas abiertas, recuerdan día a día los detalles de su pasión truncada, como si los sucesos hubiesen ocurrido ayer. Clavados en un duelo no resuelto, mantienen un luto eterno que les impide respirar aire fresco y despejar la nostalgia. Convertidos en estatuas de sal, miran sólo hacia atrás, mientras dejan pasar nuevas oportunidades de formar pareja. Aferrados a una relación amorosa que hace rato ya murió, son incapaces de dar vuelta la hoja para vivir el presente y el futuro. A pesar de sí mismos, se quedan pegados emocionalmente en el pasado.
Cuando se está enfermo de otro, obsesionado y desesperado perpetuamente por una relación imposible, es fácil que los sentimientos puedan confundirse. Así, podemos creer que es amor lo que quizás sea más bien tristeza infinita o rabia por el abandono, o culpa por sobrevivirlo, o miedo al vacío, o una manera de vengarse por la traición y el agravio recibidos. Quizás simplemente sea nuestro ego obstinado, que se niega a admitir una derrota. Voluntariosos, nos cuesta tolerar que las cosas no salgan de acuerdo a lo planeado, o quedamos atragantados con tantas palabras y sentimientos que nunca lograron ser expresados. Orgullosos, nos es difícil soportar que el otro viva feliz sin nosotros, menos aún aceptar que tal vez desaparecimos de su vida sin dejar rastro. También puede ser un exceso de lealtad a una historia vivida con intensidad o simple rebeldía frente a una pérdida lamentable, o una forma particular de hacerle un homenaje a quien se quedó con nuestras ilusiones. O quizás sean profundas añoranzas de los buenos momentos, o expectativas falsas a las cuales seguimos apegados, o un insondable hastío por todos los sueños que se nos han desmoronado, o un temor incontrolable a la incertidumbre. Tal vez sean heridas de la infancia o los gritos acallados del pasado que sólo encuentran salida a través de una memoria obcecada.
Los duelos toman tiempo, y es bueno que usted se tome el suyo. Pero si se ha convertido en viudo del amor, necesita con urgencia entender que es su devoción la que ha mantenido vivo este amor ausente. El secreto para salir del laberinto de la añoranza consiste en saber darse por vencido. Si deja de insistir y se retira, inevitablemente se extinguirá la pasión que desde hace mucho sólo habita en su fantasía. Acepte de una vez que perdió esta batalla. Aúne voluntad para dejar ir la tristeza que le ha acompañado con tanta fidelidad durante su larga travesía por la soledad. Renuncie indeclinablemente a la nostalgia y regrese del sueño en que ha estado sumergido. Congelado, usted no ha permitido que otros fuegos entibien su alma. Ensimismado, ha girado una y otra vez alrededor de sus propias tristezas. Paralizado, no ha dejado que lo ayuden, paseándose por el mundo con el rostro incólume y la excusa perfecta para no comprometerse. Ha dedicado demasiadas energías a esconder su corazón destruido, transformándolo en un escudo impenetrable. No desperdicie más su enorme capacidad de amar y ábrales las puertas a nuevas presencias. Tenga cuidado, porque el dolor distrae y fácilmente se vuelve en costumbre. Para todo hay un límite en la vida, también para el llanto y la espera. Seque las lágrimas que aún quedan en sus ojos; encontrará la calma. Deje ya de vivir agonizando, sepulte las ilusiones sin destino y cubra su obstinación con tierra fresca. Despídase de ese amor agotado y marchito, vuelva a mirar hacia adelante. Entierre por fin a sus muertos y déjelos descansar en paz. "
domingo, 28 de junio de 2009
CUENTOS PARA PRÍNCIPES Y PRINCESAS (2ª parte)
“Hace mucho, mucho tiempo la tierra fue atacada por los dragones guardianes de las mazmorras del emperador “Chagas, el Cruel”. En su castillo de ciento treinta plantas rodeadas de murallas de fuego al sur y nieve al norte habitaban estos dragones de alas enormes con cientos de pinchos ardientes que se extendían hasta su colas; en sus cabezas se erguían crestas llena de serpientes venenosas y las garras de sus patas lanzaban bolas de hierro fundido en forma de calavera. En las cimas de los torreones hacían guardia los “Cedencieros”, pequeños gnomos que fueron desterrados del bosque mágico por quemar los árboles que sombreaban sus aldeas. Y corría el rumor de que en los sótanos húmedos se escuchaban las cadenas de un monstruo horrible, engendro de un perro del infierno y un ave noctura de ojos rojos. Su nombre era “Mansum” y deambulaba cada día y cada noche portando toneladas de carbón para fabricar el fuego que lanzaban los dragones.
Éste fue el reino que construyó para sí mismo Chagas, después de muchos años y del esfuerzo y esclavitud de muchos otros a quien capturó.
Después de la dura y fiera batalla de los dragones, sólo quedaron algunos humanos que vivían en las cuevas de arcilla que se escondían tras los arbustos densos y floridos de los bosques que habían escapado del fuego. Sus casas eran pequeñas, muy pequeñas, pero acogedoras. Aunque no tenían ventanas, dentro se mezclaban todos los colores del arcoiris repartidos en cortinas de lino, en flores que llenaban los jarrones, en peces dorados, azules y verdes, en tambores hechos con pieles violetas y naranjas. Y bajo el calor de las chimenes se agrupaban los humanos, criaturas perfectas, esculturas que gozaban de movimiento y de todos los sentidos que se les había otorgado para gozar y disfrutar de los milagros del mundo.
Entre aquellos humanos nació y creció Blas. Aunque apenas cruzaba el umbral de la hombría, su juventud le había proporcionado la serenidad y la vitalidad necesarias para alentar a su pueblo. Un chico de aspecto gallardo y fuerte, con tez morena y ojos oscuros que escondían la bondad que intentó arrebatarles el emperador cruel.
Los humanos eran famosos por sus fiestas, al menos un día lo fueron. Celebraban la llegada de cada estación preparando fuentes de carnes y frutos junto con rojo vino de las uvas que nacían hermosas de las parras trepadoras. Sus cánticos eran una gloria a la vida, a las etapas de año y a la llegada de la fortuna y de la felicidad. Bailaban hasta el ocaso y sus voces nunca se apagaban mezclándose con las risas de los más pequeños y con los vítores de los mayores. En ese pequeño mundo que había quedado de los vestigios escondidos de las criaturas aterradoras la vida adquiría el significado que un día tuvo. Todo era amor y de él se desprendían vahídos de generosidad y de actos compartidos en una comunidad de amigos y hermanos.
Los días se deslizaban con suavidad bajo un sol cálido y las noches eran menos frías en los llanos. Una corriente de aire puro y de agua viva recorría las faldas de aquel pueblo liberado. No existía el dolor, ni la pena, ni el arrepentimiento, ni las dolencias de las almas enfermas. Las mentes eran claras y los corazones puros. Mañana no podía ser distinto al día de hoy y la armonía de las horas era la tendencia de la rueca incesante que formaba sus vidas.
Una tarde de septiembre, entre los tonos rojizos de un sol que se escondía tras la cuna de la luna naciente, un aullido que helaba la sangre trajo una noticia que nadie esperaba; resonó en los bosques, en las montañas, en los llanos, en los páramos, nadie podía frenarla:
- “Chagas ha capturado a la hermosa Diones, a la hija del historiador. Dormía plácidamente la mañana del domingo en su lecho de nácar cuando uno de los demonios del dictador entró por la ventana sin llamar; pronunciando palabras en otro idioma, la tomó de pies y manos sin alejar de ella el sueño; la ató a su espalda y agazapado en la balaustrada de su terraza, se lanzó al vacío hasta casi rozar el suelo, despareciendo tras una nube espesa y negra. Las aves blancas traen mensajes de auxilio, porque la hermosa Diones llora tanto que la tierra de su balcón está empapada. Los gritos silenciosos que lanza al aire llegan a los animales de nuestra tierra y ellos los traen hasta nuestros pies para que podamos liberarla. Un jilguero anoche pasó volando sobre nuestro cielo y dijo entre sollozos que la vida de la joven se le escapa”
La confusión se mezclaba con la pena de todo un pueblo que se lamantaba.
- “¿quién?, ¿quién se adentrará en las cumbres infranqueables y la retornará a casa?”
Ajeno a todo llanto, Blas labraba su campo, como cada mañana. Entonces,de pronto, entró su madre hundida en lágrimas sosteniendo en su mano y pañuelo de la joven que atrás había quedado. Le explicó a su hijo toda la desgracia del rapto y su fundió con él en un amargo abrazo.
Blas y Diones habían creido juntos, habían aprendido los inicios de los mayores imperios, las letras de los libros, los sonidos de las flautas y el aspecto y la vida que manaba en cada flor y árbol. Habían sido compañeros en aprendizaje y juegos, pero ahora ella no estaba.
Dejando sus aparejos de labranza, Blas corrió hasta la plaza del pueblo. Lo que encontró heló su joven sangre:un padre y una madre hundidos en la desesperación de una sola huella sobre un barrote blanco de su balcón. Después, nada. Todos temblaban y ante las palabras desgarradoras de aquellos padres escondían la cara. Todos temían a Chagas y a sus criaturas. La joven estaba perdida, nadie podría salvarla.
En un arrebato de rabia contenida, Blas salió al centro de aquel grupo de asustados paisanos y alzando la voz entre aquellos sollozos ahogados exclamó:
- “¡Iré yo!”
Silencio. De pronto silencio. Tras unos minutos, la caricia de una mano sobre su mejilla,
- “gracias, muchacho”
La madre ahora lloraba agradecida y, aunque sabía que aquella hazaña era imposible, en su rostro se dibujó un rasgo de esperanza. Entonces los hombres de aquellas cuevas y casas sacaron armas labradas, con letras hechas en fuedo, a golpe de martillo y mazo.
- “No, no necesito nada. Si me atrapa Chagas o alguna de sus criaturas no habrá arma que los detenga. Mi ingenio y mi destreza serán mi única arma”
(continuará)
lunes, 22 de junio de 2009
CUENTOS PARA PRÍNCIPES Y PRINCESAS (1ª parte)
La noche extendía sus alas oscuras dejando ver estrellas que brillaban como lentejuelas sobre una delicada tela de seda. Acompañando la oscuridad nocturna, el silencio, cómplice, oculto y a veces siniestro. Pero no le tenía miedo, ni a la ceguera de la hora ni al denso espacio vacío que la rodeaba.
Si hubiera llevado la cuenta habría alcanzado el número de diez, diez vueltas a la derecha, otras diez hacia la izquierda; a pesar de la hora el sueño no acudía a la llamada y eso la desesperaba. Mañana tendría que levantarse muy temprano y una taza de café no sería suficiente para borrar sus grisáceas ojeras. Otra vuelta más; más desesperación.
Se levantó y fue a la habitación desastre que adornaba cada rincón con una enorme caja de cartón marrón y una flecha roja señalando la dirección en que debía permanecer de pie. Muchas de ellas ya estaban abiertas y contenían ropa, zapatos y algún que otro cachivache de la cocina; la mudanza se hacía eterna y es que no encontraba tiempo para dejarlo todo listo y hacerse a la idea de que aquélla era su nueva casa.
Buscaba una de las más pesadas, aquella que tuviera en un lateral escrito “LIBROS”. Era muy triste que en dos meses no hubiera sentido la necesidad de buscarla.
- “libros, libros, libros... ¿dónde la he metido?”
abrió aquí y allá y detrás de un viejo biombo que debía restaurar después de completar su mudanza asomaba una caja enorme y aún cerrada.
- “ésa es”
Cogió el cúter que guardaba en el cajón de su mesa de ordenador y rasgó el fixo con una precisión de cirujano.
Allí estaban, pilas y pilas de libros desordenados, mezclados los modernos y los clásicos, los poemas y el teatro. Debido a la falta de sueño, pensó sacarlos todos y quitarles el polvo. Y así lo hizo, repasando nombres que hacía mucho que no leía en voz baja: Bécquer, Mary Shelly, Jorge Bucay, Conrad, Jose Luis Sampedro...
- “¿y éste?”
Entre aquellos libros bien encuadernados se escondía un pequeño libreto estropeado, gris, dejando ver los hilos que cosían las hojas, hojas amarillentas y colocadas una y otra vez siguiendo la numeración.
- “Cuentos para príncipes y princesas”
Sus ojos se iluminaron. Llevaba años sin acordarse de que en algún rincón de su casa permanecía aquel regalo de su comunión. Se lo entregó su profesora Ana, aquella mujer cuarentona que tantos mimos le daba, sin duda la consideraba su preferida. La seño Ana...
Abrió la primera hoja y aún legible sumergía la dedicatoria:
“Para Aurora, aquella que cabalgó en el alba atravesando la noche trayendo en sus manos luz a esta mañana”
La señorita Ana...
La invadió una nostalgia cálida y asomaron tímidamente los rostros de sus compañeros, el color azul de su babi, las ceras extendidas sobre la mesa, los belenes hechos de plastilinas, los vasitos de colores con sus nombres... y su añoranza se hizo mucho más cálida.
-“Me llevaré éste”
Sin molestarse en volver a meter en su nido aquellos libros, apagó la luz del cuarto y se metió de nuevo en la cama. Se detuvo un segundo apretando contra su pecho el libro como si se preparara para iniciar una increíble aventura.
(continuará...)
Gracias, Antonio, por llevarme hasta esta canción
Si hubiera llevado la cuenta habría alcanzado el número de diez, diez vueltas a la derecha, otras diez hacia la izquierda; a pesar de la hora el sueño no acudía a la llamada y eso la desesperaba. Mañana tendría que levantarse muy temprano y una taza de café no sería suficiente para borrar sus grisáceas ojeras. Otra vuelta más; más desesperación.
Se levantó y fue a la habitación desastre que adornaba cada rincón con una enorme caja de cartón marrón y una flecha roja señalando la dirección en que debía permanecer de pie. Muchas de ellas ya estaban abiertas y contenían ropa, zapatos y algún que otro cachivache de la cocina; la mudanza se hacía eterna y es que no encontraba tiempo para dejarlo todo listo y hacerse a la idea de que aquélla era su nueva casa.
Buscaba una de las más pesadas, aquella que tuviera en un lateral escrito “LIBROS”. Era muy triste que en dos meses no hubiera sentido la necesidad de buscarla.
- “libros, libros, libros... ¿dónde la he metido?”
abrió aquí y allá y detrás de un viejo biombo que debía restaurar después de completar su mudanza asomaba una caja enorme y aún cerrada.
- “ésa es”
Cogió el cúter que guardaba en el cajón de su mesa de ordenador y rasgó el fixo con una precisión de cirujano.
Allí estaban, pilas y pilas de libros desordenados, mezclados los modernos y los clásicos, los poemas y el teatro. Debido a la falta de sueño, pensó sacarlos todos y quitarles el polvo. Y así lo hizo, repasando nombres que hacía mucho que no leía en voz baja: Bécquer, Mary Shelly, Jorge Bucay, Conrad, Jose Luis Sampedro...
- “¿y éste?”
Entre aquellos libros bien encuadernados se escondía un pequeño libreto estropeado, gris, dejando ver los hilos que cosían las hojas, hojas amarillentas y colocadas una y otra vez siguiendo la numeración.
- “Cuentos para príncipes y princesas”
Sus ojos se iluminaron. Llevaba años sin acordarse de que en algún rincón de su casa permanecía aquel regalo de su comunión. Se lo entregó su profesora Ana, aquella mujer cuarentona que tantos mimos le daba, sin duda la consideraba su preferida. La seño Ana...
Abrió la primera hoja y aún legible sumergía la dedicatoria:
“Para Aurora, aquella que cabalgó en el alba atravesando la noche trayendo en sus manos luz a esta mañana”
La señorita Ana...
La invadió una nostalgia cálida y asomaron tímidamente los rostros de sus compañeros, el color azul de su babi, las ceras extendidas sobre la mesa, los belenes hechos de plastilinas, los vasitos de colores con sus nombres... y su añoranza se hizo mucho más cálida.
-“Me llevaré éste”
Sin molestarse en volver a meter en su nido aquellos libros, apagó la luz del cuarto y se metió de nuevo en la cama. Se detuvo un segundo apretando contra su pecho el libro como si se preparara para iniciar una increíble aventura.
(continuará...)
Gracias, Antonio, por llevarme hasta esta canción
viernes, 19 de junio de 2009
ayer estuve en Granada, en la consulta de la homeópata pero al final hicimos un cambio de planes, decidí que no quería hablar de nada, no era el día.
Después estuvimos dando una vuelta por el Paseo de García Lorca y nos fuimos a tomar algo. Es increíble el ambiente que hay allí, la cantidad de estudiantes que te encuentras en todos los rincones: tirados sobre el césped, sentados en las terrazas con las carpetas sobre la mesa, frente a sus cañas en vasos congelados, hablando en grupos en cada esquina... y siempre parecen mucho más felices que tú.
Sentí mucha nostalgia, muchísima y entonces me pregunté cómo pueden cambiar tanto las cosas. Es asombroso cómo se complica la vida incluso cuando las cosas van bien. Nos volvemos mucho más serios y de pronto la vida tiene una cara mucho más dramática. No sé si es porque perdemos las relaciones sociales o por las responsabilidades del trabajo, de la familia... lo que está claro es que al final cambiamos, para mí ése es el problema incomprensible, que todos cambiamos.
Tal vez ahora nos aferramos más a lo malo que traen las circunstancias y nos permitimos muchas menos cosas que nos hacen sentir bien. Pero supongo que no hay nada irremedible en esto.
Esa nostalgia te hace recordar y pensar en muchas cosas y a veces, sólo a veces, te despierta algo dentro.
Después estuvimos dando una vuelta por el Paseo de García Lorca y nos fuimos a tomar algo. Es increíble el ambiente que hay allí, la cantidad de estudiantes que te encuentras en todos los rincones: tirados sobre el césped, sentados en las terrazas con las carpetas sobre la mesa, frente a sus cañas en vasos congelados, hablando en grupos en cada esquina... y siempre parecen mucho más felices que tú.
Sentí mucha nostalgia, muchísima y entonces me pregunté cómo pueden cambiar tanto las cosas. Es asombroso cómo se complica la vida incluso cuando las cosas van bien. Nos volvemos mucho más serios y de pronto la vida tiene una cara mucho más dramática. No sé si es porque perdemos las relaciones sociales o por las responsabilidades del trabajo, de la familia... lo que está claro es que al final cambiamos, para mí ése es el problema incomprensible, que todos cambiamos.
Tal vez ahora nos aferramos más a lo malo que traen las circunstancias y nos permitimos muchas menos cosas que nos hacen sentir bien. Pero supongo que no hay nada irremedible en esto.
Esa nostalgia te hace recordar y pensar en muchas cosas y a veces, sólo a veces, te despierta algo dentro.
lunes, 15 de junio de 2009
Observaba su respiración. Frente a él su cabeza reposaba plácidamente sobre la almohada y su pelo era una fina alfombra que se esparcía caprichosamente abandonándose al sueño.
A pocos centímetros tenía su brazo que cubría parte de la cara. Tras él los ojos dulcemente cerrados, anclados en un país lejano y surmergiéndose en la fantasía que ella representaba.
"¿Qué soñaría?" Él soñaba con ella, sobre todo mientras no dormía, siempre soñaba despierto. Había imaginado aquel momento demasiadas veces y temía que se le escapara en la oscuridad de aquella noche. No apartaba la mirada y dibujaba en su mente cada detalle, reteniéndolo para evocarlo al día siguiente, cuando ella ya no estuviera a su lado.
Respiraba ligeramente y el aire que exhalaba ondeba un mechón que cubría su cara. Sus labios eran perfectos, todo lo perfectos que él había deseado y su piel olía a ella, simplemente a ella. El olor más preciado.
"¡Quédate a mi lado!", le decía al oido sin pronunciar ni una sola palabra. La necesitaba pero no podía decírselo. La deseaba cuando sólo podía ser una imagen perfecta de una noche aislada. Sin embargo lo habría abandonado todo por repetir aquella escena noche tras noche, por rozar su cuerpo con una mano, por apartar su pelo con apenas una caricia. Todo. Un día, una vida. Todo. Una locura, sólo por sentirse eternamente como se sentía ahora. Una locura que hubiera perseguido siempre.
"¿Qué pasará mañana?". Dejar de soñar es duro cuando la vida está llena de realidades que se alejan de las fantasías. Apretaba los puños creyendo que así alejaría el tiempo y retardaría el paso de las horas. Mañana no debía llegar y aquella noche debía ser mucho más larga. Y estaba pasando, notaba que pasaba de largo. ¿Dónde, cuándo y cómo? ¿Podría volver a tocarla mientras dormía? Volverían los días en los que imaginaría qué sería estar a su lado, sólo eso.
"¡Quédate a mi lado!"
Le horrorizaba pensar que todo acababa en aquel mismo lugar, que su momento y su oportunidad cesaban y que soñar no le era suficiente. Una palabra, un sólo gesto y todo aquello quedaría reducido a nada. Lo sabía desde el primer día pero se aferró a la absurda esperanza de que quizá todo podría acabar de otra manera, de otro modo. En el fondo de sí mismo sabía que nada de esto era posible.
Mañana no estaría y la echaría terriblemente de menos. Era la única certeza que tenía. Y guardaría bajo llave sus sentimientos, siempre muy dentro, y todas las lágrimas que su pecho derramaría sobre aquellos sueños.
A pocos centímetros tenía su brazo que cubría parte de la cara. Tras él los ojos dulcemente cerrados, anclados en un país lejano y surmergiéndose en la fantasía que ella representaba.
"¿Qué soñaría?" Él soñaba con ella, sobre todo mientras no dormía, siempre soñaba despierto. Había imaginado aquel momento demasiadas veces y temía que se le escapara en la oscuridad de aquella noche. No apartaba la mirada y dibujaba en su mente cada detalle, reteniéndolo para evocarlo al día siguiente, cuando ella ya no estuviera a su lado.
Respiraba ligeramente y el aire que exhalaba ondeba un mechón que cubría su cara. Sus labios eran perfectos, todo lo perfectos que él había deseado y su piel olía a ella, simplemente a ella. El olor más preciado.
"¡Quédate a mi lado!", le decía al oido sin pronunciar ni una sola palabra. La necesitaba pero no podía decírselo. La deseaba cuando sólo podía ser una imagen perfecta de una noche aislada. Sin embargo lo habría abandonado todo por repetir aquella escena noche tras noche, por rozar su cuerpo con una mano, por apartar su pelo con apenas una caricia. Todo. Un día, una vida. Todo. Una locura, sólo por sentirse eternamente como se sentía ahora. Una locura que hubiera perseguido siempre.
"¿Qué pasará mañana?". Dejar de soñar es duro cuando la vida está llena de realidades que se alejan de las fantasías. Apretaba los puños creyendo que así alejaría el tiempo y retardaría el paso de las horas. Mañana no debía llegar y aquella noche debía ser mucho más larga. Y estaba pasando, notaba que pasaba de largo. ¿Dónde, cuándo y cómo? ¿Podría volver a tocarla mientras dormía? Volverían los días en los que imaginaría qué sería estar a su lado, sólo eso.
"¡Quédate a mi lado!"
Le horrorizaba pensar que todo acababa en aquel mismo lugar, que su momento y su oportunidad cesaban y que soñar no le era suficiente. Una palabra, un sólo gesto y todo aquello quedaría reducido a nada. Lo sabía desde el primer día pero se aferró a la absurda esperanza de que quizá todo podría acabar de otra manera, de otro modo. En el fondo de sí mismo sabía que nada de esto era posible.
Mañana no estaría y la echaría terriblemente de menos. Era la única certeza que tenía. Y guardaría bajo llave sus sentimientos, siempre muy dentro, y todas las lágrimas que su pecho derramaría sobre aquellos sueños.
martes, 26 de mayo de 2009
AM I EVER GONNA CHANGE?
I'm tired of being me,
and I don't like what I see.
I'm not who I appear to be,
so I start off every day
down on my knees I will pray
for a change in any way.
But as the day goes by
I live through another lie,
if it's any wonder why.
Am I ever gonna change?
Will I always stay the same?
If I say one thing then I do the other,
it's the same old song that goes on forever.
Am I ever gonna change?
I'm the only one to blame.
When I think I'm right, I wing up wrong.
It's a futile fight gone on too long.
Please, tell me if it's true,
am I too old to start anew?
cause that's what I want to do.
But time and time again,
when I think I can,
I fall short in the end.
So why do I even try?
Will it matter when I die?
Can anyone hear my cry?
Am I ever gonna change?
Take ir day by day.
My will is weak
and my flesh too strong.
This peace I seek,
till thy Kingdom comes.
Extreme.
I'm tired of being me,
and I don't like what I see.
I'm not who I appear to be,
so I start off every day
down on my knees I will pray
for a change in any way.
But as the day goes by
I live through another lie,
if it's any wonder why.
Am I ever gonna change?
Will I always stay the same?
If I say one thing then I do the other,
it's the same old song that goes on forever.
Am I ever gonna change?
I'm the only one to blame.
When I think I'm right, I wing up wrong.
It's a futile fight gone on too long.
Please, tell me if it's true,
am I too old to start anew?
cause that's what I want to do.
But time and time again,
when I think I can,
I fall short in the end.
So why do I even try?
Will it matter when I die?
Can anyone hear my cry?
Am I ever gonna change?
Take ir day by day.
My will is weak
and my flesh too strong.
This peace I seek,
till thy Kingdom comes.
Extreme.
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